domingo, 20 de julio de 2008

LA PALABRA PROHIBIDA

Cuando la palabra es silenciada, cuando la palabra es prohibida, falta toda posibilidad de elaborar, de resolver, de acordar, de pensar juntos las diferencias entre unos y otros, y por fin de reconocerlas. La palabra escrita, impresa, hablada, dicha y escuchada circula entre nosotros sin que la posea nadie. Somos habitantes de ella y, justamente, porque la damos es que la tenemos (y no a la inversa).
Los hombres sabemos, por las experiencias vividas por la humanidad, que la tragedia asoma en el mundo y se enseñorea cuando alguien quiere pronunciar una palabra única.


“Por la Avenida Benjamín Vicuña Mackenna, ... pasaban los camiones. Pasaban llenos en dirección a Puente Alto, volvían vacíos.
–¿Sabes lo que llevan esos camiones? – me preguntó la voz de un compañero.
Esto era a principios de Octubre, 1973. Yo contemplaba la caravana cíclica de camiones desde una de las ventanas de la Embajada Argentina, en Santiago de Chile, cuya inmensa fachada da precisamente a esa arteria. Estaba recién asilado, y no, no sabía con qué iban cargados los camiones aquellos, ni la más remota idea.
–Con libros – susurró el que miraba conmigo.
–¿Libros? –-Libros -asintió él. –Los llevan desde Quimantú– y señaló vagamente el edificio de la Editora Estatal Quimantú,... –hasta la papelera...
No supe enseguida si era cierto lo que me afirmaba el compañero, que decía reconocer la procedencia de los vehículos. Yo no podía saberlo, porque los camiones iban tapados y no se veía su contenido. Pero tenía todos los visos de ser verdadera esa versión. Todos sabíamos, por distintas fuentes, que durante la primera semana los militares fascistas, junto con usurpar el poder, se habían entregado devotamente a la tarea de usurpar la cultura. Con entusiasmo, con fervor de drogadicto, habían quemado toneladas de libros que se hallaban en el depósito de la Editorial Quimantú”.


(Ensayos quemados en Chile. Ariel Dorfman)

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